Cuando involuntariamente naces en la mente de quien no conoces, condenas tu tranquilidad a la búsqueda de significados vacíos que ni siquiera el relator comprende.
A tu llegada surgió la inspiración que siempre tuve oculta. Necesitaba un impulso insensato que le diera emoción a mi rutina. Y no es que anduviese vagando indispuesta. Sino que sin procurarlo, te sentí.
No te preguntes el por qué, mucho menos me lo cuestiones a mí. Te vi cuando no tenías que ser visto y cuando yo no necesitaba ver.
Paulatinamente entre escritos y leídas más ordenadas, te hice dudar, ¿Por qué si te escribo a diario nunca pienso en ceder? No es malicia, sino que no he podido descifrar si algún día dejaré salir las inmaduras conductas que demandan nuestra edad.
Eres terco y enigmático. Una noche te gusta la imprudencia y otras más no eres el correcto, otras tantas te ausentas, apología errónea a la raíz de tu nombre que tienta y altera mis sentidos.
Sabes que nadie te había escrito, pero lo que desconoces es que eres el primero que me lee.