Mientras las letras tienen la fuerza interpretativa de narrar lo que la voz calla, la memoria tiene el indescriptible poder de reavivar los sentidos que se creían perdidos.
Nos dejamos llevar ante cualquier condición de regocijo, después nos aferramos a la estima y perspicacia del inocente. Vivimos ese consuetudinario cariño, para finalmente negarnos al vacío que implica su ausencia.
Nunca me dijiste una sola palabra, tu incapacidad para hacerlo propicio escenarios más táctiles, fueron tus ojos generadores de alegría, los que me invitaron a conocer la más honesta lealtad.
Estuviste presente en los acontecimientos más reveladores de mi existencia, compartiste conmigo la alegría de verlas llegar a mi vida. La normalidad fue verte siempre partícipe, lo extraño es sentir que ya no estarás aquí.
Mi reacción deviene de una paulatina aceptación. Ha sido una de tantas despedidas, la posición que asumo es para poder decirte adiós.
Signos que se esfuman, momentos bien vividos, a este hogar tu ausencia y en la ausencia tu descanso. Hay cuestiones irreversibles que optamos no pensar, pero cuando llegan, nos ofuscamos pensando de más.
Mientras los sentidos se avivan, el poder de las letras se disipa, su descriptible función no puede ser generada, la resignación arriba y cierro mis ojos, dentro de un suspiro me despido de ti.
Y ahora Max, ¿Cómo le explico a las niñas?
