Habría de ocurrir un hecho revelador que hiciera notar el desencanto, la despedida y la tragedia del querer, y un día sin más… ocurrió.
La culpa fue propia, por quebrantar el amor y seguir pintando ocasos inseguros.
Se pensó en la posibilidad después de los agravios. La carta del «por qué» se ha convertido en una sutil y contundente despedida.