Dejarnos escapar

¿Recuerdas la primera vez que te dije «te amo»?

Desde ese umbral de felicidad a la fecha, toda clase de tropelías bruscas e insípidas, han trasnochado aquellas palabras que surgieron tan espontáneas como necesarias, desde el mismo ímpetu que hoy te clama.

Te soñé riendo a carcajadas, me soñé convirtiendo mis errores en aciertos, y toda penuria, en un concierto de Serrat.

Te imaginé dibujando cada uno de los atardeceres, testimonios de la poesía que deseo pronunciarte al oído. Mientras recitaba tú dormías, y tu piel afelpada poco a poco, me seguía.

Imaginé que la crisis se desvanecía, se diluía no en afán de olvido, sino como una tregua de todo lo que el ocaso abonó a nuestros amaneceres grises.

Comprendiste entonces que la maldad no tiene son de burla, cuando ésta después de mala, espera. Te diste cuenta que nunca fue mala, sino, simplemente absurda.

Te dije que jamás me iría, y aunque hay palabras que parecen pronunciar lo contrario, son cunas donde reposa, el grávido peso de tu ausencia.

¿Recuerdas la última vez que te dije «te amo»?

Te amo, te amo tanto como para dejarnos escapar.

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