
Gestos lascivos disfrazados por la preeminente posición del poder.
En una introspectiva del indudable menoscabo de la tibieza, el dominante alardeó hasta conducir su cause al desasosiego de lo irrefutable, de las causas perdidas, de lo más endeble.
Lo que con arrebato se disputa, no es generado por un cambio de parecer, simplemente lo que mucho se calló no puede ser soportado más.
Cohabitaron el decreto social, y la sumisión de la naturaleza deconstruida, ambas encausaron la condena injustamente atribuida a la mujer, pero hay un mal que nos atormenta más fuerte todavía, la falta de empatía a la que no nos es igual.
Por contrarias nos tomaron, y así construyeron nuestra visión, lo diverso nos fue ajeno, y lo más cercano generó competición.
No es requerido un sentido agudo para apreciar nuestra diversidad, lo que necesitamos es dejar de agredirnos, cuando ya hemos sido golpeadas por el puñetazo más letal; el patriarcado que ha oprimido nuestra verdadera libertad.
Mujeres en todas expresiones, abracemos todo lo padecido, que sea el motor de la lucha concurrente, sin olvidarnos que el destino, versa más, versa menos, en abolir lo infame, cada vez que nos quieren tocar.
Ni la energía ni la malicia, ni la sospecha ni el estupor, solamente báculos y lazos complementados por amor. En un abrazo toda nuestra condena, intentemos disipar, ojalá que este sea tan grande como las ganas de volar.
Deseo eso, deseo más, que deje tu inseguridad de titubear, de agredir, de acrecentar lo que ha enclaustrado tu pensar; nos necesitamos más unidas que a la par, necesitamos apoyo mutuo; en fin… un sorbo de sororidad.
Inspirado en mi querida Andrea Cervantes.