En un impulso de juventud, tornamos el mundo, a envejecer o a morir endebles, ímpetu tardío de mentes vacías, de espacios completos, o de penosos lamentos.
Mírame, amor… no puedo desistir a este impulso del ahora, de la idea del por siempre, del juego del atrevimiento, del no quiero, del no puedo… marcharme, aunque estés ausente.
Y es que los caminos no van, nunca van, a tener fin.
Aunque los trayectos, éstos, los nuestros, no terminen, al parecer, por una decisión más tuya que nuestra, tampoco tendrán otro encuentro.