A una catedral de distancia

La misiva del reencuentro.

Querido extraño que vuelve a la abrumadora rutina, soy yo, la que estuvo, pero ya no está, a una catedral de distancia.

Ante la incógnita de cómo transcurrió el día, no me resta más que calificar lo que puedo asegurar, fue uno de los días más inusuales de mi vida.

Te doy la bienvenida a la rutina de este desafiante “alegórico oficio de vivir”, bien pudiese responder tu “volvamos” con sumo beneplácito, pero honestamente nunca me fui. Mientras tu despejabas la mente, el cuerpo y quizá las emociones, me invadió una jornada acelerada y cruel; acelerada porque fluyó a su demandante ritmo, y cruel, porque paró en su desconcierto, y cuando la rutina se detiene, vuelvo al abismo de la melancolía, los absurdos y en esta ocasión, a los infructuosos padecimientos de la distancia.

Estuvimos a una catedral de distancia, y no sé cómo interpretar el “creo” que palpan tus palabras ante el bien de los últimos días. Son las 10:35 de la noche, ya no hace tanto calor. Hoy nos transportamos al desesperante y húmedo clima de García Márquez, a un realismo mágico que aprieta, que abraza, lo supe no por la abrumadora sensación de fuego en el cuerpo, sino porque cerré mis ojos y nos vi en Impronta, en una azotea, en una banca, hablando como dos locos que se observan y desaparecen, que se besan y se sienten, que se toman de la mano, para después solamente volver a hablar.

¿Cómo estoy? Estoy desconcertada, tranquila, afirmaré que bien. Tu misiva le ha dado un sentido especial a un lunes que prometía todo menos ser cándido. ¿Dónde estuve? En todos los lugares en los que habita una mente confundida e inquieta. Aunque también, la realidad me llevó a buscar el líquido con el que nadie puede vivir, la sequía de una ciudad decadente, me dejó sin la tranquilidad de la frescura y limpieza por unos días. ¿Por dónde caminé? Digamos que volví a los senderos del “por qué” pero solamente para despedirme. También estuve en los brazos de papá, y al hacerlo, me perdí en las mocedades de mi juventud. ¿Qué pláticas tuve? Las más insignificantes desde que nuestras charlas se volvieron motor de aliento. Aunque mentiría si desacredito las profundidades de cada palabra que papá y yo compartimos al calor de unas piedras lizas. De vez en cuando visité tu mente, o el imaginario donde creé el retorno de dos amantes que desde hace tiempo se despidieron para siempre. Tú pregúntalo todo, quizá te conteste lo necesario. Tú cuéntamelo todo, también tengo mucho que compartirte.  

Son las 10:43 y los pendientes están depositados en el cajón de la resignación, mañana, seguramente, después de cepillarme los dientes, los guardaré en el nuevo maletín que me he comprado para el trabajo. Espero ansiosamente que todos quepan en tan reducido espacio. Y siguiendo la línea de tu redacción, referiré que me pesa que me imagines en la oficina, cuando lo que veo en este momento son las luces tenues de “Rayuela”, el único vino rosado de la casa, y un libro nuevo que acabo de comprarte. Todo está en mi mente, ahora, quizá estando en la oficina te hubiese imaginado también, a una catedral de distancia.

Disculpa, constructor de caminos, quisiera descifrar el trayecto que trazarás la próxima vez que nos veamos, pero he abandonado la idea del plan, ahora solo velo por el don de fluir, y quizá en ese andar, solo sea como la liviana hoja que baila en el viento. Hoy le dije adiós a un amor previo, y todas las fuerzas se me fueron en los intentos, espero mañana con la promesa de nuevos vientos, pasar la catedral que nos separa y fundirnos en un abrazo. Quizá suceda, quizá no, pero al final es la idea que me hará dormir tranquila hoy.

La sinceridad se me ha ido a los pies, el cansancio a la cabeza, y la inquietud a las manos. Estoy cerca, por favor no lo dudes, que la intriga te lleve a pensar mejor, si tú me quieres ahí.

Imagíname, sí, ahora más fresca que hace un par de horas, más serena que la mañana, más tranquila que la noche. Y no importa si es Judith o la Chica de la mancha, al final ambas se reconocen aun poseyendo diferentes encantos, pero si en algo no te equivocas, es que ambas estarán ahí, ayudándose a no desistir, construyendo la libertad de todas sus opresiones, o simplemente escribiendo esta carta.

Estuve triste, estuve cansada, estuve a una catedral de distancia. Ahora estoy a la brevedad de un suspiro… tuyo.

Judith, la de la mancha, siempre ella.  

18 de abril de 2022 11:06 pm.

2 respuestas a «A una catedral de distancia»

  1. Una vez más me deleité con las letras de la Chica de la Mancha.

    Me adentré tanto en sus párrafos, que mis sentidos se activaron de forma involuntaria…

    En mi travesía por este escrito, pude escuchar la melodía nostálgica de un piano, imaginar la cálida luz de una vela, sentir el viento de un otoño triste pero optimista, así como oler el aroma de un café combinado con petricor.

    Gracias por esta experiencia, una vez más, salgo de aquí con un reinicio.

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