¿Qué debe sentir un Dios benevolente ante el clamo desesperado de la desigualdad?
Llegué a sentir que moría, intentando entender el mundo y sus matices, parecía que tarde comprendí que el mito de la vida cobra su enigma al momento de cruzarse la lengua y el color, la raza y el origen, el trato y la indignación.
Escenarios desafiantes que pasan desapercibidos por una normalización asincrónica, fría, de intereses personales, porque pareciera que eso es lo único que resta: sobrevivir en la individualidad, aún viviendo en recintos tan colectivos.
Ante la falta de novedad, la indiferencia se adueñó de nuestro poder de asombro. Una mujer y algunos carabineros, barreras que deshumanizan y estigmas que se abrazan con aplomo. No hay escucha que el español valga, la muerte y el silencio no deberían invadir nuestra memoria.
¿Qué sentirá un Dios que entre tanta aflicción, solo nos deja unas cuantas letras para no olvidar?