Nunca supe si el mar llora cuando la luna se muestra imponente en cada ocaso. Solo creí en tus palabras seguras cuando me dijiste que no había ojos glaucos que opacaran la belleza de mi alma.
Creíste en mí, el tiempo en el que tu corazón latía, lo supe cuando agradeciste mi existencia. Qué dichosa fui al no temer corresponderte, pues ahora que no estás es lo único que me queda.