Platicando con el viento, de cosas que no se puede llevar; le susurré al oído el mal que nos une, y en respuesta, resopló la verdad que nos separa.
Esa idea, errante y común, que todas conocemos, que todas creamos. Es el mal que elegimos casi por imposición, porque lo inusitado de la pasión no existe en la mocedad de nuestras vidas, cuando esa idea viaja en el tiempo como legado único e incuestionable.
Nombrar este tormento y tratar de precisarlo. Pensando que a todas acongoja, pero a todas instruye. En diferentes medidas y en diversos espacios, el mal que por bien nos lleva al planteamiento de límites y concesiones; el aprendizaje que definirá en algún punto, el alcance de nuestras decisiones.
Ese vendaval de ilusiones que todas conmemoramos, que todas padecemos… déjame recordarte a esa amiga vacía, que abandonamos con el tiempo, con la experiencia, permíteme mencionar a la idealización.
Adoptar una idea, adentrarse en ella… adueñarse con todas sus fuerzas a sus principios y finales, enamorarse de esa insensata obstinación, donde todo es bueno, donde todo es emocionalmente afable. El ideal del ser, vivir desde un anhelo desmedido y perfecto. Añorar el escenario en el que no solo se genera paz, sino una especie de placer que estamos dispuestas a ofertar sin responsabilidad para nosotras.
El deseo que fervientemente construimos en el imaginario, porque el mundo de los sentidos no nos lo puede dar. El deseo que el mundo real no nos oferta… a eso, le llamaremos idealizar.
Aquel deseo que se penetra con afán necesario, incluso desmedido, por obtener lo que ni siquiera el otro está dispuesto a ofrecer, y aunque así fuera, este círculo sin medidas ni velocidades, plantearía una pronta o prolongada condena.
Depositar en un ser mundano y perfectible esa imagen maravillosa, todo lo que se anhela desde el fondo de lo que es propio e inmutable, es ahí cuando comienza el gran mal que adolecen nuestras relaciones, como condena propia, como maldición colectiva: atribuir a alguien real, una identidad que nunca le perteneció.
Y al final, este mal nos hace bien, se habrá de juzgar cuando los estragos sucumban nuestras emociones… y aún en la deriva, aún en la conciencia, se deseará nunca haberlo palpado, aunque la gratitud sea inminente.
Al vivirlo se aprenderá y tomará el rumbo de la existencia, justo en la precisa ruta por vivir, aprendiendo de lo que no se instruye sino hasta la experiencia, aprendiendo que enamorarse de una idea es mucho más peligroso que el amor.

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